Desde que era una adolescente he tenido el afán de intentar arreglar todas los muebles y objetos que caían en mis manos, aunque para otros solo fueran basura.

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Me encantaba ver al presentador de bricomanía, que por aquel entonces era un muchacho joven y bastante atractivo (si no que le pregunten a mi tía), para aprender trucos y consejos, sobre todo de carpintería, porque si hubiera sido hija de San José no hubiera podido ser mas feliz, y realizaba pequeños (y no tan pequeños) arreglos (mas bien desarreglos) en casa de mis padres, pintando muebles, retapizando sillas, etc.

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Aunque cuando realmente empecé con las “peripecias bricolajeras” a full, fué cuando me junté con el que ahora es mi marido (que es igual que yo en ese aspecto) y me fui a vivir con él a un piso de los años 70 sin ninguna reforma previa, y, poco a poco, fuimos adptándolo a nuestras necesidades y antojos.

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Por cierto, me llamo Rosario, y aunque algunos me conozcan como Chari, y mis familiares como Rosarito, prefiero mi nombre como me lo pusieron, aunque no soy muy fan del mismo y trabajo como administrativa. 

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Bueno, como decía, siempre me ha gustado poner las cosas a mi gusto, ya sea pintando o empapelando paredes o moviendo muebles, hasta que doy con la ubicación que me parece mejor para cada momento; pintarlos y transformarlos; hacer fundas para cojines, cortinas, y todo lo que en textil de hogar pueda necesitarse, aunque reconozco que no soy buena costurera.

Y tengo una cabecita loca que siempre está imaginando como transformaría los objetos y lugares para adaptarlos a mi gusto personal.